En su ensayo sobre Proust, Samuel Beckett (2008) señala que el momento privilegiado significa interrumpir el hábito. Abre para el individuo un período de transición que separa las adaptaciones consecutivas. Representa las zonas peligrosas en la vida del individuo –riesgosas, precarias, dolorosas, misteriosas y fértiles. Por unos instantes el aburrimiento de vivir es reemplazado por el sufrimiento de ser. Vale decir la libre interacción de todas las facultades (p. 54).
La libre interacción de todas las facultades es la expresión usada por Kant para describir la experiencia estética. En Proust, “la primera y principal forma de esa lucidez tensa del sistema nervioso es inseparable del sufrimiento y la angustia: el sufrimiento del moribundo y la angustia celosa del traicionado” (Beckett, 2008, p. 56).
La memoria involuntaria es explosiva, “una deflagración inmediata, total y deliciosa”, pero es también un mago rebelde al que no se puede importunar. No obstante, si la experiencia de “la separación se asoma con una perspectiva terrorífica, ésta se disipa en un terror todavía mayor cuando se piensa que al dolor de la separación le sucederá el olvido y la indiferencia”. Cuando el hábito regresa, el momento privilegiado pierde “el misterio de su amenaza y también de su belleza” (Beckett, 2008, p. 58).
Las intermitencias del corazón funcionan como el motivo recurrente de la obra de Proust. Los momentos de mayor intensidad operan una salvación fortuita y fugitiva. Son “una dolorosa síntesis de sobrevivencia y aniquilación” (Beckett, 2008, p. 59). Cierto gesto, abrocharse los botines por ejemplo, convoca en Marcel, el personaje narrador, una presencia divina y familiar. Con ese gesto no solo ha conseguido rescatar la realidad perdida de su abuela. Esta reanudación de una vida anterior está envenenada no obstante con un anacronismo cruel: su abuela está muerta… Hubo de recuperarla viva y tierna para luego reconocerla muerta” (Beckett, 2008, pp. 66-67).
Al cruzar un patio, Marcel tropieza con unos adoquines desparejos. Desaparece el entorno, desaparecen los conductores de coches de caballos, los establos, los carruajes, los invitados a la soirée Guermantes, incluso su ansiedad y sus dudas respecto a la realidad de la vida y el arte.
Queda aturdido por olas de éxtasis imbuido de esa misma felicidad […] Lo que había sido gris queda borrado en una claridad intolerable… Debido a esta reduplicación fortuita de un equilibrio precario en el bautisterio de San Marco en Venecia […] intrusa brillante y vehemente […] Venecia emerge de repente a la luz desde la serie de los días olvidados (Beckett, 2008, pp. 83-84).
La experiencia tiene incrustados elementos que no tienen relación lógica con ella. El espacio y el tiempo “se han vuelto perceptibles para el corazón” (Beckett, 2008, p. 73).
La experiencia del pasado “ha quedado atrapada en un frasco lleno de cierto perfume y cierto color y que se mantiene a cierta temperatura”. Al destaparlo, “nos inunda un aire nuevo y un perfume nuevo, nuestros porque ya fueron experimentados, y respiramos el verdadero aire del paraíso… el paraíso perdido” (Beckett, 2008, p. 80).
Lo que ofrecen en común el presente y el pasado es más cabal que lo que ofrece cada uno por sí. Gracias a esa reduplicación, la experiencia, a la vez imaginativa y empírica, a la vez evocación y percepción directa, es real sin ser solo actual. Es lo real ideal, lo entrañable, lo extratemporal.
“En la exaltación de su breve eternidad, Marcel comprende la necesidad del arte. Pues solo en la claridad del arte se puede desplegar esa perplejidad extática” (Beckett, 2008, p. 87). Descubre “la falacia grotesca de un arte realista” –meramente presentista, de simples anotaciones. El narrador de la Recherche “no es un artista omnisciente, la continuidad de los eventos es espasmódica” (Beckett, 2008, p. 90).
Un afecto hiperbólico cambia de lugar lo visible, vivifica la ausencia. No niega la muerte, sino que la puebla de vida. Es el desafío de “Saludo de Año Nuevo”, de Marina Tsvietaieva, un poema-carta a su amigo el poeta Rainer María Rilke, que ha fallecido. Postula imágenes en ese otro espacio carente de imágenes. Le pregunta a Rilke cuáles son las imágenes y los versos de ese otro espacio de la muerte que habita ahora. Tsvietaieva instala lo sensible en un espacio sin sensación. Traspasa lo visible a lo invisible. Esa impresión aurática, en cuanto se presenta como reliquia o memorial de otras impresiones, apela a una visualidad más allá de lo visible, más allá de todo lo visible, incluso.
Los textos son de Echavarren, revista Scielo, Uruguay. Fotografía de Amilcar Cantoni