Nadie puede negar que en las sociedades occidentales desarrolladas la pantalla se ha convertido en objeto de uso y de culto. Significativo es el ensayo de Lipovetsky, La pantalla global en el que presenta una realidad que necesita ser filmada para obtener el estatus de entidad integral (Lipovetsky, 2009). Grabar, publicar y dejarse ver en pantalla empieza a ser un complemento cotidiano que parece aportar valor añadido a nuestra existencia.
Las estadísticas demuestran que el aumento de tiempo dedicado a ver pantallas entre los jóvenes crece de manera exponencial hasta el extremo de que, según el estudio Connected Life, de la consultora TNS, los jóvenes pasan una media de 4 horas y media diarias mirando el móvil o la tablet y eso sin contar con las horas de ordenador o televisión. En lo que respecta a nuestro interés el inconveniente que presenta el aumento de horas consumiendo contenidos en pantallas está relacionado con la falta de una educación crítica visual para este nuevo panorama que se apodera de nuestra juventud. El acercamiento a las pantallas, sean cuales sean estas, siempre se realiza de la misma manera.
Sin embargo el lenguaje de las pantallas es diferente dependiendo del formato en el que se presente. No es lo mismo el lenguaje visual de una red social virtual por medio de aplicaciones que el de una película de cine, de manera que no deberíamos tener la misma actitud a la hora de consumir horas de pantallas de Facebook, de un telediario, de YouTube, de un documental,… Dependiendo del formato, las pantallas cambian su lenguaje con el mero propósito de lograr su objetivo principal, captar la atención del espectador. Pero los nuevos formatos de pantalla (pantalla smartphone, pantalla ordenador, pantalla Tablet, pantalla smartwatch,…) junto con los ya existentes no han venido acompañados de programas educativos que ayuden al usuario a identificar y modificar su registro como consumidor dependiendo del formato que consuma.
Consumimos y visualizamos la televisión a la vez que tenemos la pantalla del smartphone encendida, ojeando Instagram o Facebook, haciendo un scroll interminable para ver las historias de estas pantallas, y entramos en una visualización de un relato que no tiene fin. Los contenidos de las pantallas actuales son dinámicos e ilimitados de manera que la desconexión se hace cada vez más complicada. Al ser contenidos dinámicos que se renuevan por segundos (véase todas las redes sociales, o la programación de televisión con más de 100 canales) han logrado que el espectador que decida dejar de mirar a la pantalla sienta que se está perdiendo contenido.
Textos tomados de Revista Ámbitos, José Carlos Ruiz Sanchez